Espantos del camino y platillos volantes

Hace unos días empecé a escribir un cuento muy rural y muy extraño para una convocatoria molona. Y, como es imposible pensar en algo rural y extraño ambientado en España sin que a una le vengan a la mente Las Hurdes, pues también ando con una nostalgia muy bestia hacia aquel viaje que R y yo hicimos en el 2007 en compañía de mi hermana y esa mini comitiva del misterio que por entonces llevaba entre manos el ahora difunto programa de radio La sombra del espejo.

Como algun@s ya sabréis, cuando preparé el zine 2007 secretos lo hice rescatando posts de mi antiguo Livejournal, concretamente los más relevantes que escribí a lo largo del 2007, que fue un año bastante de mierda. Y me dejé fuera la súper crónica del viaje pascuero a Las Hurdes no por su falta de importancia sino porque no venía muy a cuento con lo que de verdad quería destacar en el zine. Así que he pensado en compartir un pequeño fragmento de esa crónica, porque no tiene desperdicio:

Tras volver al hostal, ducharnos y cenar la típica ensalada hurdana (con naranja, chorizo y huevo frito), nos embarcamos en la excursión más terrorífica del viaje. Nos íbamos a Aceitunilla, al cementerio concretamente, para ver si nos encontrábamos con el «Niño de Aceitunilla», o «Niño Blanco» (una de las criaturas más escalofriantes del bestiario hurdano). Quedamos en Vegas de Coria para ir con el coche de mi cuñado, pero para ello R y yo tuvimos que ir en nuestro coche hasta allí, es decir, atravesar veintiséis kilómetros en medio de la negrura más absoluta. Porque de verdad, no he visto oscuridad más oscura que la de Las Hurdes. (…) Allí estábamos nosotros, en el coche con el «Beneath the skin» de Collide (que resultó ser una banda sonora apropiada pero terrorífica), rodeados de oscuridad por una carretera totalmente vacía y, para colmo, cubierta de niebla, que se rompía en jirones a nuestro paso.

Llegamos a Aceitunilla, aparcamos el coche, cogimos todo el equipo (grabadoras, cámaras y linternas) y nos dispusimos a continuar el camino a pie hasta el cementerio, en las afueras. Grabamos un reportaje rollo «Blair Witch Project». El problema es que estaba todo TAN oscuro, que no se ve nada y cualquiera podría pensar que solo éramos unos cuantos pirados en medio de una habitación con las luces apagadas haciendo el gilipollas. Imagino, de todos modos, que los que más susto pasaron esa noche fueron los conductores de los pocos coches que nos cruzamos, que tuvieron que encontrarse a un grupo de personas caminando en la oscuridad de camino al cementerio. Una vez allí, desde la puerta (porque estaba cerrado, claro) estuvimos grabando, pero no se escuchó nada raro. (…) Al final decidimos regresar, porque estaba bajando mucho la niebla y empezaba a darnos mal rollo (bueno, y porque hacía mucho frío), y nos metimos en el coche a escuchar un adecuado programa sobre psicofonías y a continuar hablando de temas marcianos.

Propósito de año nuevo verano: volver a viajar en busca del misterio.

No, el relato que estoy escribiendo no está ambientado en Las Hurdes. ¡Eso sería demasiado fácil! 🙂

 

 

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